Adán, al ver la enorme maldad de algunos de sus hijos, empieza a maldecir. Pero el Señor le dirige las siguientes Palabras:
"¡El hombre debe ser muy ahorrativo con el juicio, en especial con la maldición paterna hacia su hijo!
Porque, ¿quién puede mirar Mis caminos e investigar las conclusiones de Mi Pensamiento?
Pero si alguien maldice alguna manifestación cuyo fundamento no conoce, ¿no podría muy fácil estar maldiciendo Mi gran Amor, Misericordia, Paciencia, Indulgencia, Bondad, Gracia, Mansedumbre; y, por lo tanto, Mi Orden divino en medio de tal manifestación.
Pero si alguien maldice el Orden divino, ¿qué bendición podría surgir para su espíritu en el futuro?
Quien a través de una maldición juzga Mi Amor, Misericordia, Paciencia, Indulgencia, Gracia y Mansedumbre, ¿acaso no está poniéndose el juicio como una soga al cuello, por rechazar justamente aquello único con lo que puede recibir la Vida eterna que proviene de Mí?
¿Qué tiene el hombre que no haya antes recibido de Mi Amor, Misericordia, y de dónde podría tomar algo que no provenga de Mi Amor, Misericordia y Gracia?
Por eso, si antes ha juzgado Mi Amor y lo ha eliminado fuera de sí, para siempre a través de una maldición, dime, Adán Hijo Mío, ¿cómo podrá en el futuro obtener agua de la fuente si antes la ha rechazado y tapado con tierra, piedras, arena y todo tipo de basura?
Por eso, ¡nadie debería juzgar nunca al hermano, a menos que Yo Mismo le haya dado la orden expresa para ese fin!
Pero si alguien juzga por cuenta propia, ¡se acada de dictar la sentencia de muerte porque ha expulsado la Vida de toda vida fuera de sí!
Fuente: Gobierno de Dios, tomo 2, capítulo 108, recibido por Jakob Lorber